El escándalo derivado de un supuesto caso de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad  (ANDIS) representa un nuevo y doloroso capítulo   de la corrupción en Argentina. Tal vez sea la confirmación de que la coima se ha naturalizado como una “ley no escrita” que atraviesa la política, la vida cotidiana y el entramado social.

De la indignación al cinismo

La frase “el que no afana es un gil” ya no se dice en voz baja ni con vergüenza. Hoy se enuncia como una verdad incuestionable. Lo que predomina no es la indignación, sino un cinismo que erosiona el tejido social y moral del país. La política refleja un vacío ético que se ha ido gestando durante décadas.En el fútbol, la misma lógica es evidente: cuando el árbitro se equivoca a favor del equipo propio, el aplauso es más fuerte que la condena. Hemos aprendido que transgredir las reglas puede traer éxito, y así la ética se vuelve un estorbo.

La corrupción micro: raíces del problema

La  corrupción  no  es  exclusiva  de  la  política  de  “grandes  ligas”.  Está  en  lo cotidiano: la coima para evitar una multa, el favor que agiliza un trámite, el contacto   que   resuelve   lo   que   debería   resolverse   por   derecho.   Estos   actos pequeños,   aceptados   como   un   “costo   de   vida”,   son   el   abono   que   nutre   la corrupción estructural y la impunidad política.

El  caso  ANDIS  duele   especialmente  porque   las  víctimas   son   personas  con discapacidad,   uno   de   los   sectores   más   vulnerables.   Cada   peso   desviado representa un  tratamiento que no llega,  un derecho que se  niega, una vida condicionada. Y, sin embargo, la reacción dominante es un resignado “era obvio que iba a pasar”.

El tribalismo político: banalización de la corrupción

En lugar de unirnos en repudio, la corrupción se convierte en un arma de la grieta. Los partidos se acusan: “ustedes son más corruptos que nosotros”, no para erradicar  el   problema, sino   para minimizarlo.   

Este tribalismo recuerda a las hinchadas de fútbol: la lealtad al equipo prima sobre la exigencia de honestidad. Mientras tanto, los mecanismos de impunidad continúan funcionando.Cuando la corrupción se convierte en un recurso político, la verdad pierde peso y el concepto se vuelve maleable, hasta carecer de significado.

De la resignación a la acción

No podemos seguir creyendo que la única forma de sobrevivir es “afanar” o mirar para otro lado. El antídoto no es solo legal, sino cultural. La honestidad debe volver a ser un valor, y la indignación, un motor de cambio.

El caso ANDIS  puede ser un punto de inflexión. La pregunta que debemos hacernos no es si la corrupción existe, eso ya lo sabemos, sino qué tipo de sociedad queremos ser: ¿una que se resigna ante la coima o una que defiende la dignidad?

El verdadero gil no es quien no roba. El verdadero gil es quien se resigna a vivir en un país donde robar se celebra.


Eduardo Muñoz

•Criminólogo

•Autor del libro El Género de la Muerte

•Divulgador en Medios

•Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad

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Fuente: Catamarca Ya