El féretro del pontífice argentino fue trasladado desde Santa Marta hasta San Pedro en una emotiva ceremonia. Permanecerá allí durante tres días para ser venerado por los fieles. El entierro será el sábado en Santa María la Mayor.
El mundo católico se reúne para despedir al Papa Francisco. Este miércoles por la mañana, en medio del tañido solemne de las campanas de la Basílica de San Pedro, se llevó a cabo el traslado del féretro del pontífice desde su residencia en Santa Marta hasta el templo más emblemático del Vaticano. Allí permanecerá tres días para recibir el homenaje de los fieles antes de su entierro, previsto para el sábado en la basílica de Santa María la Mayor.
La ceremonia, encabezada por el cardenal camarlengo Kevin Farrell y acompañada por los coros de la Capilla Sixtina, comenzó con una oración en latín. El ataúd, de madera simple y cubierto por un paño rojo, fue llevado a hombros por catorce sediarios, escoltados por miembros de la Guardia Suiza y penitenciaros con estolas rojas y antorchas.
El cortejo, integrado por 80 cardenales vestidos con sus hábitos rojos, recorrió el trayecto desde el Arco de las Campanas hasta la plaza de San Pedro, donde miles de personas seguían la ceremonia a través de pantallas gigantes. Al ingresar el féretro en la basílica, un aplauso espontáneo y emotivo se alzó desde la multitud.
Sobre una tarima de madera frente al altar de la Confesión y bajo el Baldaquino de Bernini, fue colocado el ataúd de Francisco, tal como él lo había deseado: sin catafalco ni ornamentos. El cardenal Farrell ofició la Liturgia de la Palabra, en la que se rezó por el alma del papa, por la Iglesia y por la humanidad.

Tras la liturgia, se inició la despedida de las autoridades eclesiásticas. Uno a uno, cardenales, obispos, sacerdotes y otros miembros de la curia pasaron frente al féretro para rendir su último homenaje.
Un momento de especial emoción se vivió cuando sor Geneviève Jeanningros, monja de 82 años y amiga personal de Francisco, se mantuvo de pie junto al féretro, conmovida hasta las lágrimas. Aunque en un principio le pidieron que se retirara, fue reconocida por miembros de la Gendarmería vaticana, que permitieron que se quedara junto al cuerpo del Papa.
También estuvo presente Luis Liberman, uno de los amigos judíos argentinos de Jorge Bergoglio, quien viajó especialmente desde Buenos Aires. «Hoy me duele el alma», expresó conmovido. «Vine a despedir a un líder esperanzador que sembró bondad, belleza y justicia hasta el último aliento».
Así comenzó el último adiós al papa Francisco, el pontífice que eligió vivir con sencillez, que rompió moldes y dejó una huella imborrable en la historia de la Iglesia y en los corazones de millones de personas.